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Obra de Edward Gordon |
En una época de
mi vida en la que las contrariedades se me agolpaban y no había forma de
alcanzar los propósitos en los que colocaba más perseverancia, ingenio y denuedo, acuñé
un aforismo que me repetía como si fuera un mantra: «me va todo tan mal que no me
puedo permitir ser pesimisma». En las páginas de su último ensayo, La vacuna contra la insensatez (Ariel, 2025), José Antonio Marina alude a un
grafiti muy elocuente que ahonda en esta misma dirección: «hay
que dejar el pesimismo para tiempos mejores». Rebecca
Solnit legitima la comparecencia de la desesperanza en los sentimientos, pero
no en los análisis, porque el futuro no está hecho aún, y
lo que pueda suceder en ese espacio abierto está muy determinado por lo que
hagamos que ocurra en la imprevisibilidad del presente. Dicho con otras palabras. Es normal desolarse
cuando las cosas van mal, es insensato aventurar que no van a ir bien.
Vivimos aquejados por la
tiranía de la superioridad pesimista. Se suele afirmar que una persona optimista
es una persona mal informada, de ahí que se la descalifique
como ilusa, ingenua, o buenista. Por el contrario, al pesimismo se le
concede holgura epistémica y una brillante lucidez que además nadie necesita acreditar. Esta asignación de valores ha fomentado que quien aspira a gozar de prestigio intelectual secunde un disciplinado pesimismo,
y si desea aumentar su aura, no repare en inflacionar sus ideaciones luctuosas. A diferencia de las personas optimistas, a quienes se les urge a que demuestren la pertinencia
de sus argumentos, a las pesimistas no se les exige discursivamente nada cuando anuncian la irreversibilidad de
lo que va mal. Huelga explicar que mostrarse pesimista no acarrea exigencia cognitiva alguna. Basta con oscurecer
las apreciaciones sobre la realidad, y por supuesto negarle su condición de cónclave de posibilidades.
También prestigia presentar enmiendas a la totalidad, o elevar al rango de categoría infrangible lo que no es
sino una anécdota aislada. Con una asombrosa facilidad conferimos verosimilitud a los mensajes dicotómicos, absolutos, totalizadores, reduccionistas, catastrofistas, inapelables, siempre y cuando ofrezcan motivos para amedrentarnos o indignarnos. Recuerdo acudir a
una asamblea activista en una plaza en la que de repente se puso a llover. La mayoría de quienes asistíamos corrimos a guarecernos de la lluvia. Entonces una persona gritó
totalmente airada: «¿Cómo vamos a cambiar el mundo si porque llueva
suspendemos la asamblea?». Era una interrogación tramposa que cumplía a rajatabla el manual del pesimista indignado y totalizador. Quien lea este artículo convendrá que es perfectamente
compatible aspirar a mejorar el mundo y no acabar empapado.
Existe un posicionamiento inteligente que sostiene que pensar el mundo desde la dicotomía optimismo-pesimismo adolece de falta de sentido. Byung-Chul Han afirma en El espíritu de la esperanza que «en el fondo, el pesimismo no se diferencia tanto del
optimismo. En realidad, es su reflejo inverso. (...) Tanto el optimista como el pesimista son
ciegos para las posibilidades. Nada saben de eventos que puedan dar un giro
sorprendente al curso de los acontecimientos. Carecen de imaginación para lo
nuevo». Noam Chomsky define a la persona
ejemplar como aquella que sigue intentándolo a pesar de que sabe que no hay
esperanza. En su ensayo Optimismo contra
el desaliento desmenuza esta aparente aporía. No podemos saber si la
situación en la que nos encontramos es irrevocable o mejorable, pero «lo
que sí que sabemos, sin embargo, es que si sucumbimos a la desesperación
ayudaremos a asegurar que lo peor pase. Y si tomamos las esperanzas que existen
y trabajamos para hacer el mejor uso de ellas, podría haber un mundo mejor».
En Una filosofía del miedo, el agudo Bernat Castany
Prado da en la clave: «La confianza en el mundo no es optimismo. Es algo más
parecido al viejo argumento kantiano según el cual, si actuamos como si
existiera el progreso, entonces nuestras acciones serán de tal tipo que puede
que hagan que la historia progrese». Los desenlaces aún no han acontecido
y se construyen sobre aquello que hacemos que ocurra. Si alentamos una situación, aumentan las posibilidades de que se
dé la situación alentada. Esta forma de instalación en la existencia sirve tanto para las expectativas biográficas como para la
imaginación política de construir un mundo más decente y confortable para
quienes lo habitamos ahora pero también para quienes serán sus huéspedes mañana. Se requiere pensar de otro modo para imaginar de otro modo y actuar de otra manera. Leernos desde otras temporalidades y otras perspectivas que inspiren a intervenir en los espacios de acción más allá del binomio reductor optimismo y pesimismo. Aquí
termina la undécima temporada de este Espacio Suma NO Cero, la cita semanal en la que todos los martes del curso académico he compartido mi voz y mi mirada sedimentada en escritura. Ojalá quienes hayáis leído estos artículos hayáis encontrado
en ellos un buen motivo para dialogar con vuestra propia persona. Buen verano para todas y todos.
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